Las horas pasaban y la tarde se tornaba cada vez más fresca. Las manitos de Joaquín se bañaban de un azul tan funesto como su suéter marino, los zapatitos bien lustrados y la cotona beige que ocultaba los negros e impecables pares, siempre tenía los cordones desabrochados, un hilito de saliva se balanceaba en sus finos labios eternamente resecos, las niñas de la escuela Regina Mundi ostentaban hermosas cabelleras azabaches, combinadas con algún perfume de la época, los muchachos les escribían cartas, vaciaban las mochilas de las niñas en los recreos, y por un momento eran todos parte de una especie de mafia siciliana, se adentraban en sus bolsos, ansiaban el aroma de sus delantales y colocaban sus cartas amorosas, sagradamente todos los lunes.Joaquín los observaba de lejos y cuando todos se marchaban depositaba las suyas, siempre con mejor caligrafía y versos más hermosos. Aquello no importaba, era invisible; uno de tantos que pasaban horas observando a las pequeñas ninfas, absorbiendo las vírgenes esencias esparcidas en el éter. Gracias a eso, se había ganado el apodo del Babosa, por ser diferente al resto, por coleccionar versos en silencio, inadvertido, en el rincón oculto del salón.
El Babosa era especial, no sólo por su apodo, sino también, porque ostentaba una risa que al explotar, era mejor mantener distancia ;apenas venía su ataque de nervios, el rostro detonaba como una locomotora saturada de pasto, y justamente eso fue lo que sucedió ese día, el Babosa había estudiado toda la tarde sus apuntes de caligrafía, pero cuando llego el momento de poner a prueba sus vastos conocimientos, estalló en carcajadas en medio de la prueba, por primera vez en toda la primaria , Joaquín existiría; todos voltearíamos la mirada e incluso las niñas de cabello azabache se reirían de él, sus ojos al más puro estilo oriental darían un brinco y saltarían de un galope , ¡nunca los ojos del babosa se vieron más grandes que ese día! el hilo de saliva, danzaba de un extremo a otro como queriendo retener la atención, de pronto una de las ninfas, conmovida por lastima u otra razón, temerosa se acercó a entregarle su pañuelo blanco (en ese tiempo nos obligaban a usar pañuelos blancos para sonarnos las narices, también para bailar cueca), pero qué sorpresa se llevó cuando el babosa que había comido galletas antes, para calmar su nerviosismo explotó en el fértil rostro tantas veces admirado, por quien ahora sería su más espantoso ofensor. Joaquín rebuscó una explicación, pero mientras más lo intentaba, su lengua más se trababa. La muchacha, llamada Violeta, ardiendo en ira y vergüenza, se orinó, dibujando un gran mapa en su jumper, todo el curso se largo a carcajadas y el babosa, tan tímido como siempre, impulsado tal vez, por su heroico espíritu sureño, por fin logró balbucear un par de frases, que lejos estaban de ser acertadas, devolvió el pañuelo y con tono generoso le dijo.-toma, para que te limpies.-nunca Violeta se había sentido tan avergonzada, y en lo que duró un minuto, se largó a correr por los pasillos de la escuela. Nunca más regresó.
Autor: Daisy Alcaíno.
Editora: María José Henríquez Donoso.
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