Un frío y desolador viento recorre mis pasillos luego de que la angustia penetre por cada grieta de mi madera. Y es que eran tiempos buenos aquellos. Yo diría muy buenos.
El gran hermoso sueño partió cuando un tal ejecutivo de una empresa internacional ocupaba su tiempo libre en estudiar y recopilar historias de culturas que fueron parte de América. Poco a poco este individuo me armaba y me iba complementando mediante objetos que él podía comprar con su dinero. Realmente me aqueja una duda tremenda ¿Es acaso que soy lo que pienso o simplemente soy un experimento para ganar dinero? No me gustaría saber la respuesta.
Mi creador supo escoger bien los elementos que formarían parte de una nueva historia dentro de mi estructura, aparte de la que ya han contado hace muchos años, decenios y hasta siglos, como lo son algunas colecciones de textiles, cerámicas, metales, entre otras, que hoy carecen de importancia, pero no de polvillo.
Que alegría fue descubrir mi objetivo en la vida, pensé la noche antes de la inauguración. Que lástima vivir en la rutina y no ser elogiado por nadie, pienso ahora.
Creo que ya a muy pocos le interesa saber acerca de sus orígenes, ya que pasan por mí simplemente como una obligación y no como una mera actitud de aprender acerca de la misión que me fue encomendada.
Siempre mi idea ha sido deslumbrar a ilusos e ignorantes no con el afán de la humillación sino que el de la educación, algo que actualmente sólo unos pocos consideran y de eso siempre me doy cuenta.
Ahora que lo pienso bien me inclino por la segunda opción.
Debo confesar que siempre después de un estado de fascinación viene la angustia de no poder conseguir lo deseado o de que las cosas que esperé hayan tergiversado su significado volviéndose todo burdo y absurdo.
No niego que me encantaba ser el reconocimiento máximo de la ciudad de Colchagua y que grandes personajes como ministros o presidentes me hayan visitado a pesar de estar a 200 kilómetros de la ciudad capital, pero de qué sirve si la calidad de casa colonial la vivo en todo aspecto. En primer lugar la representante de apelar a sus conocimientos con respecto a mis componentes y mi historia es una longeva señora, quién es contratada no por amor a la cultura ni al arte, sino como un medio forzoso para subsistir y ganarse algún dinero de forma sencilla. En segundo lugar creo tener un poco, aunque sea mínimo, de importancia como para que descuiden las labores de higiene y aseo dentro de mis rincones.
No basta mencionar el polvo encontrado en ciertas vitrinas, las telarañas presentes en mis cantos (aunque no sean percibidos igual es un signo de descuido), el chillido que se produce en las bisagras al abrir o cerrar las puertas de ingreso, que se evitaría con un poco de grasa e incluso –y enfatizo este punto- considero una gran falta de respeto hacia mi, que en caso de un incendio que me puede destruir por completo (ya que estoy compuesto principalmente por madera) estén vencidos por un poco más de un mes los extintores, haciendo del polvo químico seco algo ineficiente e inoperante a la hora de tal emergencia.
Pero que más da. Las personas solo dejan sus huellas en el piso flotante de madera, hacen rápido el trámite de ver o mejor dicho curiosear, pensando obviamente en el posterior almuerzo que vendrá, diciendo que todo es muy bonito y que podría venir otro día.
¿De qué sirven estas reflexiones ahora? En realidad no sé. Pero sinceramente hoy prefiero hablar con mí mismo que deslumbrar a entes desinteresados en el arte. En mi arte, que sólo sirve para generar dinero.
Por: Roberto Martinez.
Editora: María José Henríquez Donoso.
Editora: María José Henríquez Donoso.
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