Él tiene un recorrido diario sobre todo en las mañanas, aunque también lo hace por las tardes a veces. Es su ejercicio. Le cae bien a todos y es el dueño de las calles, Varas Mena, Santa Fe y San José, incluyendo la pequeña placita que intercepta a estas dos últimas, en la comuna de San Miguel.
Es el agraciado del barrio y protector de los niños, acompaña a las señoras de la plaza mientras leen el diario sentadas en los banquillos verdes que siempre están polvorientos o rallados. Le gusta jugar con sus amigos perros. A mí me acompaña al metro algunas veces. Es como si me fuese a dejar mi papá o mi hermano. Es un buen acompañante y además escolta a mi mamá a las compras de la feria, tal como si estuviésemos con una persona o un ser querido.
Su rostro de perro, es tan demostrativo, uno siempre sabe cuando él está feliz. Sobre todo cuando lo diviso doblando la esquina y estoy llegando a casa, luego del trabajo, él anda por ahí buscando, olfateando, jugando. Me encanta cuando lo veo dos cuadras más allá y le grito: ¡Pudulga! Él reacciona parando sus orejas e impulsándose como si fuese la carrera más importante y corre a mi con una sonrisa en su pequeño rostro, ladra como si riera de alegría y salta encima de mí con el mejor abrazo de recibimiento que me pueden dar, después de cualquier jornada de trabajo.
En vecindario todos lo quieren y le regalan cosas, a todos le cae bien y hasta sobrenombres le han dado, como el perrito de lipigas o putuga que viene de los niños más pequeños. Es un ejemplo de perro guardián, de perro fiel, y lo mejor de todo, es que es mi perro, mi amigo.
Por: Jocelyn Martin Guevara (1b).
Editora: Jocelyn Martin Guevara.
0 comentarios